domingo, 12 de diciembre de 2021

El madroño II


        El madroño ya fue publicado en este blog en diciembre del año pasado bajo la etiqueta Flora autóctona, pero he considerado apropiado realizar una entrada nueva con el único propósito de mostrar el aspecto que ofrecen algunos ejemplares de la calleja de los Barreros este otoño. Hice la fotografía el domingo pasado y, seguramente, todavía los pájaros no hayan acabado con todos los frutos.

        A fin de complementar el contenido, he elegido los comentarios sobre el madroño que aparecen en la traducción de A. Laguna, publicada en 1555, de la obra del médico griego Pedanio Dioscórides Anazarbeo.

        El árbol de los madroños en su grandeza se parece al membrillo, ansí como al laurel en las hojas; el color de las cuales es un verde amarillo. La corteza de su tronco es áspera, escamosa y de color escuro, tirante al roxo. Produce en la fin del estío ciertas flores blancas a manera de campanilla, muy bien ordenadas en unos racimos luengos. Su fructo (según dice Plinio) tarda un año en se madurar. El cual cuando se va madurando, de verde se vuelve amarillo y después de maduro, muy rojo. Es por de fuera muy sarpollido y lleno de ciertos granos, los cuales cuando se mascan exasperan el paladar y la lengua. Del resto, parécese el madroño a muchas cortesanas de Roma, las cuales en su exterior diréis que son unas ninfas, según van llenas de mil recamos empero, si las especuláis, debajo de aquellas ropas hallaréis que son verdadero retrato del mal francés. Digilo porque este fruto de fuera se muestra hermoso en extremo y comido hinche de ventosidad el estómago y da gran dolor de cabeza; lo cual fue causa que los latinos le diesen por nombre Unedo, amonestando que nadie comiese del más de uno; aunque Galeno refiere que el fructo de la Epimelide se llamaba también Unedo en Italia. Algunos dan a beber el polvo del hueso del corazón del ciervo con agua destilada de las hojas del madroño como singular remedio contra la pestilencia.